Estaba de vacaciones hace unos días en un hotel, cuando un artista que una vez pretendió ser famoso y
se quedó a mitad de camino, cantó una noche “La chica de Ipanema”. He escuchado en mi vida muchas versiones de esa canción: antiguas y modernas; en portugués, en español, en inglés, … y todas me encantan. Sin embargo, la que escuché en e
l hotel era sencillamente una “perversión”. No puedo decir más…
Preside la pared noble de mi casa una gran foto de Frank Sinatra y Ava Gardner. Admiro profu
ndamente a Sinatra como cantante, en lo personal no soy yo quién para juzgarle.
Me pasa con Sinatra que cuando escucho en su voz “La chica de Ipanema”, huelo el mar, noto el sol sobre la piel de la chica y la veo acercarse moviendo su cuerpo con su balanceo. Unos días, la chica es una desconocida bronceada, otros es Ava Gardner con esa mirada. Pero siempre, cuando escucho a Frank, es Ipanema.
A lo que voy con todo esto, es que incluso los buenos productos como “La chica de Ipanema”, requieren profesionales para interpretarlos y sacar el mejor resultado posible de los mismos.
Un cliente puede, por poner un ejemplo, hacer una inversión en una gran suite de software muy bien diseñada por el fabricante. Si contrata para implantársela al cantante de mi hotel, la pondrá en marcha y sonará “La chica de Ipanema” pero no deberá sorprenderse si por el medio de la letra se cuelan frases de “Carnaval, Carnaval” o si no consigue esa sensación de olor a mar cuando la escuche.
Ese cliente podrá darse cuenta de que a veces, comparamos el precio de dos soluciones “iguales” de dos competidores, sin valorar la importancia de que el cantante conozca la letra del producto y sepa transmitir la experiencia de usuario de sentir el sol en la cara.
Para reírse una noche de agosto en un hotel de playa puedes contratar al vocalista que te parezca. Seguro que cubre tus expectativas. Pero si lo que quieres es oler el mar y que la chica sea Ava Gardner, contrata a Sinatra y que lo haga «a su manera».
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