Los despachos se han considerado tradicionalmente lugares distinguidos, de estatus y de poder… aunque también se han visto como poltronas para oxidarse o trincheras para esconderse de la realidad que existe más allá de sus puertas.
¿Qué pasa en los despachos?
En los despachos, se compra y se vende. Se definen estrategias y se toman decisiones. Se negocia, se habla, se grita o se susurra. También se conspira, se tuercen voluntades, se traiciona; se intercambian confidencias, se construyen equipos increíbles, se promete fidelidad eterna o se cambia de bando. Y como sus habitantes son humanos, seguro que se celebran las victorias, se llora de rabia por lo perdido o se ponen las cartas encima de la mesa…
Ponerse el abrigo
A los directivos o mandos intermedios, ocupantes de despachos, hay días que les toca otro tipo de trabajo. Esos días que los colaboradores necesitan apoyo, que los clientes requieren atención especial, que hay asuntos graves o duros que hay que atender y que tienes que demostrar por qué tu empresa te paga el sueldo que te paga.
Esos días, si eres una persona decente en el sentido profesional del término, no puedes refugiarte en tu despacho. Esos días tienes que ponerte el abrigo. Te pones el abrigo y vas a donde haya que ir.
Sales y vas
Vas donde ese cliente insatisfecho con la mejor de tus sonrisas y te pones el primero en la fila de recibir. Y das la cara por tu gente y por la compañía a la que representas.
Te pones el abrigo, vas a ver a tu equipo y haces todo lo posible por solucionarle los problemas que tenga. Lo diriges, lo relajas y asumes tu responsabilidad. No te escondes. Les dices lo que les tengas que decir en privado y actúas.
Te pones el abrigo y vas pelear con tu competencia hasta sacarle las tripas por la boca por ese contrato que te va a ayudar a mejorar la vida de tu gente y a ampliar el negocio de tus accionistas. O te lo pones y te vas a pactar con ese rival con el que ayer te estabas arrancando los ojos un acuerdo que te permita ganar, empatar o simplemente coger aire hasta que llegue un momento mejor. Con la mejor de tus sonrisas o con la mejor cara de malnacido que sepas poner.
Te pones el abrigo y te vas donde el mismísimo Lucifer si tu gente ya ha peleado con todos los demonios intermedios… le vendes tu alma o la recompras si ya la habías vendido, porque sabes que hay familias que dependen de ti.
Y agradeces
Cuando acabas, cuelgas el abrigo de la percha, juntas a tus colaboradores en ese despacho y les dices: «Gracias por lo que habéis hecho. Menos mal que lo habíais trabajado vosotros. Gracias de verdad.» (Y si quieres ir de moderno tuiteas con el hashtag #QueBuenoEsMiEquipo.)
Una aclaración:
El concepto es ponerse el abrigo, que no es lo mismo que estar todo el rato con el abrigo puesto. Se asemeja a una partida de ajedrez: la pieza con más recursos no está haciendo las labores de apertura ni se expone en un intercambio con dos peones a las primeras de cambio. Se dosifica y sale cuando hace falta para ganar la partida.
En el ajedrez, la dama se pone el abrigo. El rey con seguir vivo tiene suficiente.
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